Maria
January 16, 2007
BN 1191 3619 DF/MM/MC FIESTA 2007 DIC. 2006
1. (Jesús:) Quiero que me acompañes. Sé que tienes mucho que hacer y veo que te preguntas si podrás permitirte tomarte este tiempo libre conmigo. Te pido que solo confíes en Mí. Podría darte una larga explicación de a dónde vamos, lo que tenemos que hacer y cómo funcionará todo, pero si confías en Mí, todo se resolverá.
2. Estupendo. Veo que te estás deshaciendo de tus cargas. Deja que te ayude a quitarte ese peso de la espalda. Eso, muy bien, deja que te lo quite de encima. Vamos a dejarlo aquí por un rato. De hecho‚ lo dejaremos aquí para siempre. Cuando regreses del lugar al que te llevo, no lo necesitarás más. Despídete de ello. Despídete de los pesos y la presión de los afanes de la vida, de las complicaciones, problemas y desafíos de cada día, las vallas y los obstáculos que hay que superar, tu carga de trabajo y los deberes y obligaciones que se presentan cada día a tu puerta. Así es, ¡nos estamos deshaciendo definitivamente de la pesada carga que llevabas a cuestas!
3. Dame la mano, cierra los ojos y respira hondo. ¿Sientes el elixir del Cielo que desciende sobre ti? (Inhala lentamente, hace una pausa y exhala.) Hazlo otra vez; inhala profundamente, llenándote de la fragancia de Mi Espíritu.
4. (Visión:) Veo a Jesús acompañado de una hermosa chica. Ella lleva puesta una blusa ligera y transparente con mangas acampanadas que ondean con el viento. Jesús la tiene tomada de la mano. Él lleva puesta una camisa blanca cómoda. Parece un gitano. Tiene un cinturón grueso de cuero en la cintura, pantalones marrones holgados y botas negras.
5. Se encuentran frente a una puerta. Veo que empieza a descender una neblina chispeante de color violeta, casi como si hubiera una entrada de aire encima de ellos. Al principio parece una neblina ligera que despide pequeños destellos. Los dos la aspiran y a medida que lo hacen comienza a descender sobre ellos en mayor cantidad. Me fijo en sus manos, que están entrelazadas y veo que entre sus dedos comienza a aparecer un resplandor, que va aumentando en intensidad y les sube por los brazos hasta los hombros. A medida que se les extiende el resplandor por el cuerpo, los destellos y la neblina forman un remolino alrededor de ellos y los envuelven totalmente, por dentro y por fuera.
6. (Jesús:) ¿Lo sientes? La vida terrenal se está desvaneciendo, y ahora que tenemos los ojos cerrados no nos podemos distraer con nada de lo que nos rodea. Sigue aspirando esta suave neblina, que te está transformando y preparando para la travesía en la que te quiero llevar.
7. Las sensaciones se elevan en nuestro interior y comienzas a sentirte más ligera con cada inhalación. Cada vez que inspiras, te desprendes más de ti misma y del mundo que te rodea. Te estoy liberando de tus límites físicos.
8. (Visión:) Mi atención se ve atraída hacia sus pies. Da la impresión de que se encontraran en unas aguas poco profundas que se mueven y les envuelven los pies. Parece que estuvieran en un baño de pies, pero no hay nada que contenga el agua, no hay un recipiente físico. Por lo visto esas aguas no lo necesitan. Ahora Jesús y la chica empiezan a elevarse. Suben flotando. Veo que Jesús le estrecha cariñosamente la mano y ascienden sin esfuerzo hasta desaparecer.
9. Jesús y Su hermosa compañera han desaparecido. La neblina se ha desvanecido y todo está igual que al principio. Ahora noto que la carga que dejaron en el piso brilla, envuelta por la misma neblina chispeante. Se vuelve cada vez más ligera hasta que también comienza a flotar sobre la tierra. Veo aparecer una mano. Se extiende y fulmina la carga con un rayo de energía. Ha desaparecido ante mis ojos.
10. (Jesús:) Ven, amor Mío. No te vas a querer perder este viaje. Síguenos al mundo espiritual, al mundo del asombro y el placer eternos.
11. Ante nosotros se alza una cortina de luz; ondea suavemente en el viento mientras la observamos. De la entrada brota una brisa, la brisa cálida y dulce del espíritu. Nos llama. ¿Notas cómo te llama? Es como un coro de mil voces, pero al mismo tiempo esas voces se funden en una llamada magnética y una fragancia atrayente. Sientes que te rodea una gran nube de testigos, y su llamada la transporta el aliento de Mi Espíritu. ¿Estás lista? ¿Lista para atender a la llamada de Mi Espíritu? Cuando traspasemos esta cortina quedarán atrás todos los afanes de la vida, como si dejaran de existir. Al lugar donde vamos no puede viajar contigo nada de la Tierra; el cuerpo se te limpia de toda preocupación e inquietud y se disuelve toda carga que lleves en el corazón.
12. A esta dimensión la llamo el Reposo del Cielo. En la Tierra puedes descansar y relajarte, pero lo que experimentarás ahora no se asemeja a ninguna forma de descanso terrenal con la que estés familiarizada. Ello se debe a que había reservado hasta este momento la revelación de este nivel del Cielo.
13. (Conducto:) En este momento parece que la mente y los sentidos se me transportaran a otra parte del mundo espiritual, pero ocurre muy rápido, casi en un instante, como una especie de breve entreacto. Me encuentro ante una escalinata, delgadas y resplandecientes plataformas o niveles sobrenaturales que se extienden mucho más lejos de donde me alcanza la vista. Siento un deseo casi incontenible de subir, como si algo me atrajera hacia arriba, porque sé que me espera algo maravilloso en cada paso y nivel al que suba. Me sitúo en la primera plataforma, y con la misma rapidez con que se me llevó a esta experiencia, vuelvo a donde estaba antes. Ha terminado el entreacto.
14. (Jesús:) Te estoy abriendo los cielos revelación por revelación. Poco a poco te voy presentando las maravillas que experimentarás cuando llegues a casa, al Cielo. Algunas de estas maravillas están a tu disposición ahora mismo, y me place transportarte a esta parte de Mi majestuosa mansión.
15. Cuando nos disponemos a traspasar esta cortina de repente te sientes muy pesada, tanto que casi te desplomas. Te aferras a Mí y te rodeo la cintura rápidamente con el brazo, estrechándote otra vez contra Mí. Ahora has descubierto que para entrar a esta dimensión hay un requisito: depender totalmente de Mí. No puedes dar ni un paso por tu cuenta‚ porque detrás de esta cortina hay una dimensión que solo puedes experimentar cuando estás en Mis brazos.
16. Te alzo con ambos brazos y avanzamos. La cortina nos envuelve y nos acerca al portal de esta dimensión. Observo tu rostro mientras los párpados empiezan a cerrársete, y finalmente el sueño se apodera de ti mientras te recuestas en Mis brazos. Muy bien, descansa; confía en que Mis brazos son lo bastante fuertes para sostenerte. Es que tienes que desprenderte por completo de tus propias fuerzas, entregándote a Mí y optando por apoyarte tan solo en la fortaleza que te ofrezco.
17. Entro en una habitación llevándote en Mis brazos. Cuando entramos, abres los ojos soñolienta. Ves ante ti muchos aparatos de hacer ejercicio; te parece un gimnasio. Te mueves juguetonamente tratando de zafarte de Mis brazos. Quieres llegar rápidamente a una máquina que te llama la atención.
18. Puedo ver lo que piensas: «¡Vas a ver lo que puedo hacer!» Meneo la cabeza conociendo la realidad. «Mi amor, no puedes levantar nada en esta dimensión; no tienes fuerza alguna. Pero me doy cuenta de que todavía no me crees del todo‚ así que te pondré de espaldas sobre la banca, y luego colocaré tus brazos sobre las barras para que trates de levantar algo.»
19. Empujas con todas tus fuerzas‚ y no pasa nada. ¡Entonces te das cuenta de que las pesas son enormes! Cada una es más alta que tú y tiene por lo menos tu anchura. Veo que el entusiasmo y la fe se te borran visiblemente del rostro cuando caes en la cuenta de que no hay forma de que puedas levantarlas por tus propias fuerzas. Supera con mucho tu capacidad. Percibo tu desilusión. Tenías tantos deseos de demostrarme tus fuerzas y que podías hacer algo por Mí. Trabajas con empeño, te entregas de lleno, luchas por llevar una vida de discípula profesional, quieres ser eficiente, tener todo dominado y ser fuerte, estabas llena de ánimo para por lo menos poner todo el corazón en tratar de levantar las pesas. Al repasar tus pensamientos, veo que tus intentos son en parte motivados por sentirte un poco culpable por haberte quedado dormida encima de Mí. «¿Cómo pude quedarme dormida, y más en un momento como este?», te dices recriminándote. «Quiero estar aquí de lleno a Su disposición.» Tu orgullo sufrió una pequeña caída cuando te quedaste dormida‚ y ahora te parece que debe hacer algo para recuperar tu imagen.
20. Está bien‚ tesoro. Sé lo que sientes, pero no hace falta que hagas nada por Mí en estos momentos; al contrario, Yo quiero hacer algo por ti. Quédate donde estás‚ en la banca, en la misma posición, echada sobre tu espalda. Observa. Me acerco a ti y me deslizo debajo de ti. ¿Qué te pareció esa maniobra? Genial, ¿verdad que sí? Luego pongo Mis manos sobre las tuyas‚ pero no sin ver antes tu expresión de sorpresa al ver la palma de Mis manos. Se te escapa un suspiro de asombro cuando tus dedos tocan una de Mis palmas. «Siempre me pregunté si todavía tenías en las manos las marcas de los clavos, ¡pero en vez de cicatrices o agujeros, hay una huella de una hermosa llave en cada palma!» Luego sonríes concluyendo: «Claro, por supuesto, no podía ser de otra manera.»
21. Sí, cariño, así como le dije a Tomás que pusiera el dedo en las heridas de Mis manos para disipar sus dudas‚ también te invito a ti a recorrer con tus dedos la huella de las llaves que hay en cada una de Mis palmas. Es que ya no hace falta que veas las señales de los clavos, porque has aceptado Mi perdón y salvación, y como esposa Mía, conoces el amor profundo, incondicional e íntimo que te tengo. En vez de las cicatrices encontrarás en Mis manos la señal de Mis llaves, porque ellas son la entrada mediante la cual nos convertimos en un solo cuerpo.
22. Pongo Mis manos firmemente sobre las tuyas. Una hermosa y resplandeciente pulsación comienza a emanar de las palmas de Mis manos, una energía que se mueve en Mi interior y genera un aura de poder que me envuelve las manos. Al tener las Mías sobre las tuyas, ese poder se transmite primero a tus manos y luego a tus muñecas, hasta que nuestros brazos comienzan a fundirse. Levanto fácilmente las pesas y te demuestro lo fuerte que soy.
23. Das un grito ahogado de alegría al sentir cómo te fluye el poder por los brazos y el enorme peso que estoy levantando. ¡Qué fuerte soy! En tu interior empieza a aumentar la confianza y comienzas a empujar tan fuerte como puedes. Me río entre dientes y te digo al oído mientras te sigo la corriente: «Relájate, amor Mío. Deja que lo haga Yo. ¿Recuerdas que no lo podías levantar?» Entonces recuerdas que en realidad lo único que estás haciendo es recostarte contra Mi pecho y dejar que el peso lo levante Yo.
24. Ahora pasemos a otra cosa, amorcito. Te tomo otra vez en brazos y te llevo a otra banca. Te recuesto sobre ella, pero esta vez boca abajo, y pongo tus manos sobre dos empuñaduras que hay debajo de ti. Vacilas por un instante, pero luego por la fuerza de la costumbre arqueas la espalda tratando de levantar los brazos con todas tus fuerzas. Ni has visto lo que estás levantando ni su peso; sin embargo‚ te abriré los ojos para que lo veas. Te cierro tiernamente los párpados y te beso los ojos, primero uno y después el otro. Ahora vuelve a abrir los ojos, Mi amor. ¡Es tremendo! ¡Debajo tienes un enorme bloque de metal que cuelga de una cadena conectada a las empuñaduras que tienes en las manos! Es tan pesada que sueltas apresuradamente las empuñaduras por temor a que el peso te desencaje los brazos o te haga caer por completo de la banca a un destino terrible.
25. Exhausta, te quedas inmóvil sobre la banca, batallando con lo imposible de la situación y tu nuevo fracaso al intentar ponerte a la altura de ella. Me acuesto tiernamente sobre ti, apretando Mi cuerpo contra el tuyo. Cuando me echo sobre ti no sientes peso alguno; solo sientes la seguridad y el consuelo maravillosos de Mi presencia; el íntimo y sensual calor de sentir Mi cuerpo contra el tuyo. Te vuelvo a recorrer los brazos con Mis manos, y nuestras manos y brazos se fusionan una vez más. Dirijo tus manos otra vez hacia las empuñaduras y me aferro a ellas. Esta vez tiro con Mi fuerza superior, y la enorme pesa se levanta hacia nosotros con gran facilidad. Con cada movimiento nos acercamos más y más y Mi espíritu se une al tuyo hasta que nos fusionamos por completo y nuestros movimientos se convierten en los de una sola persona. Así‚ tal cual.
26. Me levanto y empiezo a caminar entre los diversos aparatos de gimnasia. Te sientas de inmediato en la banca, llena de expectación. Te das cuenta de que estoy a punto de demostrar Mi destreza y habilidad. ¡No te lo quieres perder por nada! Me detengo pensativo ante cada aparato mientras decido cuál usar. Empiezo a levantar una barra que tiene dos bolas gigantes‚ una en cada extremo. ¡No te cabe duda de que es el objeto más pesado de la sala! Con gran facilidad y elegancia, la hago girar y la lanzo por encima de Mi cabeza. ¡Fíjate! Ahora bailo un tango por toda la sala como un amante apasionado. Balanceo a Mi pareja, esa pesada barra‚ como si fuera una bastón de desfile. Como rey del baile y las acrobacias, salto, giro en el aire y caigo otra vez sobre Mis pies, terminando la exhibición con una reverencia ceremoniosa y un guiño juguetón a ti.
27. Ahora te invade una sensación de euforia al sentir cómo me muevo de un lado a otro. Sientes una emoción y una alegría incontenibles al ver Mis fuerzas y las increíbles maniobras que realizo con esta enorme pesa. Mientras me observas‚ adquieres una medida de fuerzas y de fe, como si tu cuerpo absorbiera parte de las fuerzas que exhibo ante ti.
28. Cuando termino con las pesas, dirijo la atención hacia un muro para practicar la escalada en roca. Extiendo la mano hacia ti: «¿Te animas?» Revitalizada por Mi impresionante exhibición con las pesas, me acompañas llena de entusiasmo hasta la base del muro. Te afirmas, pones las manos sobre las primeras presas que tienes ante ti, pero antes de colocar los pies sobre las presas‚ me miras el rostro. Ah, ¡me encanta esa mirada! Con ella me dices: «Te necesito, entrañable Amor. ¡No puedo hacer esto sin Ti! Necesito que pongas Tus brazos eternos debajo de mí, mi Amor. No puedo escalar este muro sin fundirme contigo.» Se me alegra el corazón al ver tu dependencia. Me pongo delante de ti, coloco Mis manos debajo de las tuyas, ¡y somos uno! Estamos listos para escalar.
29. Cobras aliento al ver que hay muchos lugares de donde asirse, y mientras vamos subiendo a toda velocidad, te das cuenta de que es mucho más alto de lo que alcanzas a ver. Miras hacia abajo y ves que llevamos puesto un cinturón al que está sujeta una larga cadena que está conectada a la enorme pesa que trataste de levantar antes. Así que todavía no terminamos con las pesas, te dices. Pero la verdad es que da igual que llevemos pesas‚ porque escalamos con tanta rapidez y tan poco esfuerzo que te preguntas si será siquiera posible.
30. De pronto te das cuenta de que no estamos solos. En efecto, en la escalada nos acompañan otras personas, guías, que parecen expertos en escalada en roca y nos brindan consejos y ayuda. Con cada presa aparece otro guía que aporta ayuda y asesoramiento. Parece que conocen las presas que más conviene agarrar cada vez. Es indudable que hay un camino óptimo para llegar arriba. Te das cuenta de que conozco bien a los guías, en vista de la comunicación que tengo con ellos y la intimidad con que les hablo.
31. Alentados, aligerados y motivados por estos guías, saltamos con agilidad de una presa a la otra. Eso nos impulsa hacia arriba y hacemos lo que a tus sentidos naturales les parecía imposible. Cuando llegamos arriba del muro, nos lanzamos en picada sin vacilación, sintiendo el viento a través del cabello mientras descendemos a toda velocidad.
32. Cuando vamos acercándonos al piso, noto tu expresión de preocupación, y me río pícaramente. De inmediato comienzas a reírte conmigo al darte cuenta de que aquí nada puede hacernos daño. A fin de cuentas, estoy al mando y sé lo que hago, así que te relajas de nuevo y te limitas a disfrutar de la emoción del salto.
33. Luego‚ cuando estamos a punto de dar contra el piso, hago un giro rápido y planeamos por encima de la superficie a tal velocidad que lo que hay debajo de nosotros se hace borroso. Entonces empiezas a darte cuenta de que llevas un arnés sobre los hombros. Te permito ver que lo que llevas en la espalda es otra pesa‚ pero esta es más pesada de lo normal y se aferra opresivamente a cada parte de tu cuerpo. Comienzas a desfallecer. Sientes que te desarmas. Estás casi convencida de que esta pesa que llevas encima nos aplastará de un momento a otro, a pesar de que te sigo sustentando. Entras en pánico al darte cuenta. «¡Nos vamos a estrellar!», gritas. Lanzas los brazos automáticamente tratando de asirte de algo. Pero no te dejo. Te estrecho de inmediato contra Mí y te envuelvo con Mis fuertes brazos. Pasa el pánico del momento. No hay motivo de alarma. Te relajas y dejas que Mi cuerpo sustente de lleno el tuyo. Volvemos a reírnos juntos cuando te das cuenta de lo tonto que fue pensar que tus pequeños y débiles brazos podrían salvarte. Suspiras de alivio y te entregas por completo a Mí, depositando de lleno tu confianza en Mí.
34. Continuamos nuestro vuelo y nos encontramos con otro desafío. Te digo que extiendas las manos y te agarres a dos asas a las que nos vamos acercando. Extiendes los brazos instintivamente y luego los retraes con gran rapidez, al darte cuenta de que a esta velocidad no hay forma de que sobrevivas si te agarras a un objeto estacionario, o sea, tú‚ por tu cuenta, si no te has fusionado conmigo. Sonrío. Estás captando la idea.
35. Fijas la mirada en el resplandor que emana de las llaves de Mis palmas. Comienzas a mover tus brazos dentro de los Míos y te extiendes esta vez con Mis brazos. Nos agarramos a las asas, que nos lanzan hacia arriba‚ y todavía más alto. No sabes hacia donde nos llevan. Comenzamos a detenernos lentamente. Ha cesado el movimiento. Hemos tocado tierra. Recobras el aliento.
36. «Ahora hay que escalar otra vez», te digo. Lanzas impulsivamente los brazos y echas mano de las barras para escalar que aparecen a cada lado de nosotros. De inmediato comenzamos a deslizarnos hacia abajo a toda velocidad, y sientes el peso que llevamos en la espalda y nos arrastra directo hacia abajo.
37. Te oigo decir mentalmente: «¡Qué tonta!», mientras retraes los brazos y empujas en cambio los Míos para aferrarte con ellos. Agarro las barras con fuerza, y en ese mismo instante dejamos de caer y volvemos a escalar. Levantas la vista, y ves que nos dirigimos hacia una luz muy intensa.
38. Esa es la próxima maravilla que quiero mostrarte, Mi amor‚ pero solo Yo puedo conducirte a ella. Es que por tus propias fuerzas nunca llegarás. Tienes que valerte de Mi fortaleza.
39. Nos acercamos a la luz, y empiezas a sentir calor. Es tan intenso que retrocedes y dejas de escalar. Comienza a agotarte y temes por tu vida. Entonces te das cuenta de que te has salido de Mi cuerpo otra vez, y rápidamente vuelves a entrar en Mí.
40. «Podemos‚ dulzura‚ no te preocupes», te digo telepáticamente. Me respondes: «¡Imposible! ¡Me quemaré viva!» Hacemos una pausa y nos echamos a reír otra vez por lo necio que es pensar algo así. Mis pensamientos se fusionan con los tuyos mientras hago un ademán hacia arriba. «¿Vamos?» Te vuelves a relajar, te dejas caer sobre Mis fuerzas, y juntos subimos al saliente que tenemos sobre nosotros. Delante de nosotros sigue la misma luz ardiente; una luz tan potente que hace que el sol parezca una estrella distante en el cielo nocturno.
41. Te transmito Mis pensamientos: «Camina a través de ella.» Me respondes de inmediato: «¿Cómo? ¿Atravesar eso? ¡No lo dirás en serio!» No te atreves a moverte. El calor es tan intenso que no tienes muchos deseos de sacar ninguna parte de tu cuerpo fuera de Mí para intentarlo siquiera. Por el temor que sientes‚ optas por la inactividad.
42. Vuelvo a transmitirte Mis pensamientos: «Atraviésalo caminando». Entonces te das cuenta de que tú misma no tienes que entrar en contacto con ese calor. Por lo visto Yo puedo soportarlo y no me molesta en lo más mínimo. Comienzas a empujarme la pierna hacia adelante. Mi cuerpo es uno con el tuyo. Das un paso y otro vacilante, como tanteando. ¿Lo lograremos? ¿Será nuestro próximo paso el último que demos?
43. Con cada paso que das exitosamente vas adquiriendo confianza, y empezamos a movernos cada vez más rápido, hasta que terminamos por correr a través del candente calor del sol que tenemos por delante sin broncearnos siquiera. Nos zambullimos en el núcleo de su calor, y de repente todo lo que nos rodea está en calma y fresco. Nos encontramos en medio de una fogosa potencia, una central de energía, un vehículo sobrenatural.
44. La intensa luz sigue presente, pero nos encontramos ante el tablero de mandos de un vehículo. Te indico que lo conduzcas, y extiendes las manos por instinto para asir los mandos. De pronto sientes un calor intenso y vuelves a meter las manos en Mí. Te concentras una vez más en Mis manos y en el poder de las llaves que poseen, las presionas hacia afuera y tomamos los mandos. Muy bien, veo que estás captando la idea.
45. Colocas Mis manos confiadamente sobre los mandos, pero con un espíritu apresurado, haces un movimiento brusco y comenzamos a precipitarnos de un modo incontrolable. Por alguna razón, te parece que sabes pilotar este vehículo celestial que nunca habías visto. Con suma paciencia, permito que nos dejes entrar en barrena y te dejo que sigas intentando, hasta que finalmente te dices: «¿Qué hago? No tengo ni idea de cómo se pilota esto. Jesús, mejor toma Tú los mandos.»
46. Te haces hacia atrás y dejas que Yo accione las palancas que tenemos delante. Nos estabilizamos de inmediato y el paseo se vuelve agradable. ¿Te das cuenta de que pensaste que podías hacerlo tú misma? Aun valiéndote de Mis fuerzas creíste que tú podías dirigir Mis fuerzas y conducir el vehículo por tu cuenta.
47. Sin embargo, a la hora de la verdad no sabías qué hacer, y la única forma de recobrar el dominio de nuestro descenso fue entregarte por entero a Mí. A veces, amor Mío‚ es posible aunque cuentes con Mi poder y estés obrando mediante Mi Espíritu que creas que sabes hacer las cosas. En esos momentos debes conectar tu cerebro con el Mío y dejarme que tome las riendas si quieres sacar el máximo provecho al poder que te he dado.
48. La escena se desvanece. Ahora estamos al borde de un precipicio. Ante nosotros hay una espantosa y repugnante bestia que gruñe y corre hacia nosotros, blandiendo una enorme hacha de guerra. El pánico de apodera de ti. Estás aterrorizada porque no sabes qué hacer y piensas que serás presa fácil en cualquier momento.
49. Entonces caes en la cuenta de la realidad: «Un momento. No estoy sola. Estoy dentro de Jesús y Él debe de tener una idea de qué hacer en esta situación.» Te tranquilizas‚ me permites esquivar la arremetida y el enemigo se precipita por el borde hacia el abismo.
50. ¿Ves lo fácil que fue? Casi ni tuvimos que hacer nada. De hecho, lo único que tuviste que hacer fue poner los ojos en Mí y dejarme evaluar la situación y tomar las riendas. Si hubieras cedido a tu mente, seguramente habrías comenzado a agitar Mis brazos y habrías tratado de librar esta batalla sin averiguar la manera precisa en que Yo quería hacerlo. Pero cuando me dejaste dominar por completo la situación y me diste la libertad para hacer lo que sabía que convenía más en esta batalla, ni tuvimos que hacer frente a esa bestia. Yo conocía una maniobra mejor y más prudente, y esquivamos el ataque sin provocarnos daño alguno.
51. ¿Entiendes lo que digo? En tu servicio a Mí a veces te las verás con problemas bastante monstruosos, y pueden ser aterradores, pero si dejas que Yo tome el timón y buscas vestirte de Mi mente y Mis pensamientos, verás que soy el único que conoce la mejor forma de lidiar con una situación, y hasta puede ser lo contrario de tus inclinaciones o deseos naturales. ¿Has aprendido algo hoy, Mi amor?
52. Ahora volvamos a separarnos. Sientes algo de tristeza cuando salgo de tu cuerpo. Te has acostumbrado a las fuerzas, la seguridad y la paz que se obtienen al fusionarte conmigo, y te encantan. Al ver tu sentimiento de pérdida, te tomo la mano, la beso con ternura y comienza a desvanecerse la escena. Te explico que vamos a regresar al gimnasio, ya que nuestro rato en el terreno de formación ha llegado a su fin. Es el momento de hacer una sesión de práctica en el gimnasio.
53. Apenas brotan de Mis labios las últimas palabras estamos de regreso en la sala de pesas, el uno al lado del otro. En esta ocasión, en vez de dar un paso adelante‚ das un paso a un lado y entras en Mi cuerpo. Así es, Mi amor‚ ¡muy bien! ¡Captaste la idea! No intentes siquiera encarar una situación o afrontar un problema por tu cuenta. Cuando me permites dirigirte y te apoyas en Mis fuerzas, no tienes idea de la felicidad que me das, porque si aprendes a hacerlo en cada situación, verás que siempre te saco adelante y hago los milagros necesarios. Todo tiene que ver conmigo y con Mis fuerzas. No hace falta que te consideres a la altura de los retos y problemas; basta con que entres en Mí de un salto, porque soy tu vehículo y la clave del éxito, y partiremos juntos.
54. Ya que superaste esa prueba, vayamos un poco más lejos. Regresemos ahora a tu vida real. Nos acercamos otra vez a la cortina. Sabes que no tienes las fuerzas para traspasarla, así que me tomas de la cintura y te deslizas dentro de Mí. ¡Perfecto! Atravesamos juntos la cortina y, en efecto, no sientes nada, ningún peso, ningún pesar espiritual.
55. Nos vuelve a envolver la fragancia de la neblina. Los destellos vuelven a bailar alrededor de nosotros. Cierras los ojos, deleitándote en el momento. Pero cuando los vuelves a abrir te das cuenta de que sigues dentro de Mí y en lugar de ser dos somos uno.
56. Miras a tu alrededor y ves que definitivamente has regresado al entorno familiar de tu vida real, pero lo ves todo con nuevos ojos; con los Míos.
57. Estamos sentados en tu habitación y un integrante del Hogar irrumpe por la puerta. «¡Ven rápido! ¡Juanito se accidentó y parece bastante grave!» Te incorporas de un salto, pero te detienes a medio camino. «Espera»‚ te dice tu mente. «Mi Amor sigue ahí sentado. Debe de haber una razón. Mejor te vuelves a sentar con Él.» Te vuelves a sentar en nuestra unión, y te recompenso de inmediato con Mi paz. Ahora nos levantamos juntos tranquilamente. Eres una conmigo y con Mi mente otra vez, y confías en que estoy al mando.
58. Encuentras a Juanito y da la impresión de que se ha roto la pierna y tiene una herida bastante grave en el brazo. Entras en pánico por un instante, pero solo por un instante, porque percibes que te indico que‚ en efecto, también tengo esta situación en Mis manos. Tu espíritu se somete a Mi paz‚ dejando que ella envuelva tus inclinaciones naturales. Con espíritu de fe y de confianza‚ pones Mis manos sobre la pierna y el brazo de Juanito y te pones a orar con fervor por él, invocando el poder de Mis llaves con espíritu de alabanza y confianza en Mi capacidad de sanar y restablecer.
59. Cuando terminas de orar, Juanito ha dejado de llorar. ¡No tiene el más mínimo rasguño en el brazo y la pierna ha dejado de hincharse y está volviendo a la normalidad! Te quedas asombrada por un instante. Tus sentidos naturales están impresionados al encontrarse en la presencia de Mi intervención sobrenatural. Entonces prorrumpes en alabanza, porque en el fondo sabías que podía hacerlo y lo hice.
60. ¡Y eso no es más que el comienzo! A continuación estás testificando en una ciudad en la que la Familia ha sido objeto últimamente de mala prensa. Alguien se te acerca, gritándote al oído que eres parte de «una secta rara de abusadores». Estás en plena labor de ganar a un alma para Mí, y sabes que este es un claro ataque del Enemigo.
61. Sin pensarlo siquiera, dejas que hable Yo a través de ti y exclamas: «Por el poder de las llaves, ¡te reprendo en el nombre de Jesús!» El silencio se apodera de la persona, que se queda muda de repente. Se queda con la boca abierta, sin poder hacer nada. Lo único que puede hacer es quedarse ahí escuchando mientras le respondes con tu testimonio. Le preguntas a la oveja si le gustaría recibirme y oyes una voz a tu lado que dice humildemente: «¡Yo también lo acepto!» Tu adversario se ha convertido ante tus ojos en una oveja sedienta que me desea con urgencia. Genial, ¿verdad?
62. Abandonemos ahora el presente y avancemos un poco en el tiempo; ¿no puedes? Adivina quién puede. ¡Exacto! ¡Vámonos al futuro!
63. Esta ciudad se ha vuelto un infierno, dices para tus adentros al mirar a tu alrededor. Ves que estás en un encuentro anticristiano. Pero, un momento, ¡dan voces contra ti!
64. Fundida conmigo, te concentras en Mí y en el poder de Mis llaves y alzas la voz con espíritu de alabanza. Echas mano instintivamente de la ayuda de Mi ángel activador de la testificación. Al recibir su capacidad de discernir y su poder, se obra un milagro y ves el corazón y el espíritu de cada uno de los asistentes. La turba está poseída por el Diablo e impulsada por sus malos espíritus. Con mucha tranquilidad pasas a través de la muchedumbre frenética, sin que nadie te toque y sin que te afecte el encuentro. Te das cuenta de que cegué a la gente y abrí un camino para que pasarán tú y los que te acompañaban.
65. ¡Avanzamos otra vez en el tiempo! Los sucesos pasan a toda velocidad hasta que te encuentras ante un tribunal militar. Alcanzas a oír las últimas palabras de la sentencia: «Por consiguiente, los condeno a muerte. La sentencia debe cumplirse de inmediato. Guardias, ¡llévenselos!»
66. Mientras los guardias te sacan y conducen al paredón‚ sientes que Mi paz te inunda el alma, hasta tal punto que ni te das cuenta de la bala que hace blanco en ti. Te elevas conmigo en espíritu. Nos separamos, pero solo un instante, apenas lo suficiente para que Yo, como Esposo tuyo, te sostenga el rostro en Mis manos y te diga las palabras que anhelo decir a cada uno de Mis amores: «Bien, Mi buena y fiel esposa, entra en el gozo de tu Esposo y Señor». Esa es nuevamente tu señal, y sin vacilar por un instante, te sumerges de nuevo en Mí, en Mi gozo pleno, y traspasamos las puertas del Cielo como uno solo. Ha finalizado tu misión en la Tierra y tienes garantizada tu seguridad eterna.
67. Los presentes se quedan atónitos ante tu partida, tan tranquila y llena de alabanza y confianza en Mí, a pesar de que afrontabas la muerte. «¿Cómo es posible? ¿Cantos? ¿Alabanzas a su Dios? Tiene que ser por algo.» Más almas son arrebatadas de las garras de Satanás, y el testimonio continúa hasta que ellas también son llamadas a casa.
68. Avanzamos todavía más al futuro. Cabalgas un hermoso corcel blanco. Es tan brioso que te produce escalofríos. Pero no estás sola: te das cuenta de que formas parte de un enorme ejército; el mayor que ha existido y existirá, ¡el del Cielo! ¡Lo que te rodea y lo que ves es tan extraordinario que te quedas boquiabierta! ¡Cuánto poder, qué majestuosidad!
69. Luego, como un relámpago de gran intensidad‚ el sonido de una majestuosa trompeta resuena en el aire, y oyes esa voz que conoces tan bien y que nunca deja de estremecerte: ¡oyes que llamo a la carga! Atendiendo a Mi llamada, te encuentras al instante dentro de Mí, fusionada conmigo y con Mi Espíritu, arremetiendo desde las nubes del Cielo. ¡Listos para retomar el mundo y devolvérselo a Mi Padre por la eternidad! Te has acostumbrado tanto a hacerlo todo con Mis fuerzas y dependiendo de Mí que ni se te ocurriría participar en este momento culminante de la historia del mundo sin Mí. Te he poseído y estás tan acostumbrada a sentir Mis fuerzas por tus venas que en efecto te has vuelto parte de Mí, y descendemos juntos para conquistar la Tierra.
70. Eso es lo que te deparará el futuro, y este es el futuro. Por eso debes aprender estas cosas hoy mismo, Mi amor, porque hoy es el día de la salvación. Este es el día en que depender de Mí se ha convertido en un requisito, en vista de lo que ha de venir. Debes aprender a apoyarte de lleno en Mis fuerzas para no solo ser capaz de encarar el futuro, sino también el día de hoy, el presente. Te repito que es preciso que emplees activa, práctica y espiritualmente todas las nuevas armas que te he dado. Eso significa empuñar las llaves y permitir que se vuelvan parte de ti. Significa vestirte de Mi mente y dejar que Mi Espíritu se funda con tu mente. Significa trabajar codo a codo con tus ayudantes espirituales y dejar que te ayuden, te guíen y se conviertan en parte imprescindible de tu vida. Significa trabar combate activamente con el Enemigo y obligarlo a retroceder con el arma de la alabanza.
71. Estos son los tiempos que determinarán tu futuro, Mi amor, porque estoy congregando Mi ejército del Fin. Te he revelado tu destino. ¿Echarás mano de ese destino con Mis fuerzas y Mi poder, no con los tuyos? Por tus propias fuerzas no saldrás adelante, pero te he señalado que con Mis fuerzas y Mi ungimiento sí puedes, ¡y lo conseguirás!
72. Mi amor, disfruté inmensamente de estos momentos que pasamos juntos, ¿y tú? Fue un placer mostrarte este nivel y esta dimensión del Reposo del Cielo. Fue apasionante tenerte en Mí. De hecho, no hay mejor forma de asegurarme de que me amas y necesitas que fundirte conmigo. A fin de cuentas, ¿qué mayor cumplido le puede hacer una mujer a un hombre que entregarse a su inmenso deseo y a la necesidad de estar con el hombre que ama? ¡Espero con ilusión que me permitas poseerte y hacer el trabajo por ti! Es más, quiero que se convierta en un hábito‚ en una reacción automática, al punto de que ni pienses en hacerlo de otra forma.
73. Regresamos a tu dimensión. Recuerda todo lo que has visto y oído, y siempre‚ en todo lo que hagas, depende enteramente de Mis fuerzas, porque ahora conoces su gran valor y sabes el poder que te ofrece. Al retornar a tu cuerpo y conforme se disipa la neblina del Cielo, descubrirás en ti un deseo renovado de entrar en esta era de la dependencia. No solo eso: te invadirá el deseo de saltar a Mis brazos y quedarte ahí. Deja que esos momentos tan entrañables que pasamos juntos aliente tu espíritu y tu cuerpo y estimule tu imaginación. Que conocer este poder te motive a ahondar en Mí y dejar que obre a través de ti.
74. Estoy con ustedes en todo momento, amores Míos. Ahora, gracias a este don de la dependencia‚ comienzan los días en que no solo caminaré a su lado, no solo los llevaré en brazos, sino que andaremos como uno‚ unidos de corazón, mente y espíritu.
© La Familia Internacional, 2006