La recompensa de un siervo fiel

Maria
January 14, 2006

Viaje espiritual

BN 1156 DF/MM/MC / FIESTA 2006 DIC. 2005

Carta de MaríaDF/MM/MC 3576 X-2005

Esta Carta se deberá leer en privado durante la Fiesta 2006.

Queridísima Familia:

1. El Señor ha prometido: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Cor. 2:9). Así pues, sabemos que el Señor nos tiene preparadas algunas maravillas que ni nos imaginamos, soñamos o esperamos.

2. Voy a contarles un viaje espiritual que dio el Señor a uno de nuestros conductos; en el viaje, el conducto vio a uno de los siervos fieles del Señor que volvía a Casa con Él.

3. Sé que animará a quienes hace poco hayan perdido a un ser querido porque pasó a mejor vida. Oro que a todos les resulte alentador recordar que a pesar de las pruebas y dificultades de la Tierra y los sacrificios que supone servir al Señor, Él les tiene reservada una recompensa que hará que todo valga la pena. Una vez nos dijo: «Cuando te devuelvo tanto que ya no te parece que fue un sacrificio, eso no es más que un uno por ciento de tu recompensa. Prometo devolverte el ciento por ciento, ¡así que todavía te queda mucho, mucho más! Me encanta malcriar a las esposas que me lo dan todo» (CM 3379:218).

4. Aunque los idiomas humanos terrenales y las limitaciones verbales no permiten describir un acto como la entrega de la corona celestial, y hay muchas cosas que el Señor no puede revelar en este momento, lo que sigue es un atisbo que nos ha dejado ver para animarnos. Hace poco, dijo que debemos pensar más en nuestra corona de vida‚ en la recompensa que nos espera, y que eso nos motivaría y nos daría la gracia para afrontar las batallas y el trabajo que tenemos por delante.

5. Recuerden que cada recompensa es diferente. Está hecha a la medida de la persona. Su Esposo los conoce mejor que nadie; al fin y al cabo, es su Creador, y va a idear, preparar y darles lo que cada uno aprecie más. ¡Cuenten con ello!

Con cariño en nuestro Amante,

Mamá

6. (Visión:) Veo una vela que arde. La habitación está a oscuras y todo lo que tengo delante es una columna con una vela encima. La vela tendrá unos 10 ó 12 cm de ancho. Es evidente que ya lleva algún tiempo encendida, porque está casi gastada; la mecha ha estado prendida mucho rato y casi está acabada.

7. Al lado izquierdo hay una ventana con cortinas de seda blanca, ligeras y vaporosas. A la derecha, hay dos personas que contemplan la llama. Una de ellas es Jesús. Su mirada es indescriptible. Veo mucho amor reflejado en Sus ojos mientras contempla con cariño la vela. Su expresión es una combinación de orgullo y amor. Está muy orgulloso de la vela que arde para Él.

8. A su lado hay una mujer encantadora. Tiene el cabello muy rubio‚ casi blanco. Su vestido es ligero y vaporoso‚ y le cae por los hombros con gracia, y tiene mangas largas y anchas que caen. Tiene la cabeza apoyada en el hombro de Jesús. Me da la impresión de que es un espíritu ayudante o un ángel guardián.

9. A medida que la llama de la vela va empequeñeciéndose, Jesús se acerca tiernamente y rodea la llama con la mano. Retira la mano, y en ella tiene la llama que ardía en la vela. La escena se desvanece y la habitación se oscurece.

10. Ha terminado una vida de servicio en la Tierra. Jesús estuvo presente para tomar esa llama fiel y se encargó de que no se apagara aunque la mecha y la cera estaban gastadas. En la mano de Jesús, ardió con más resplandor todavía.

11. Ahora soy transportado para ver la escena con los ojos de la persona que dejó la Tierra. Todo lo que pasa lo describo como la persona que lo vivió.

(Se inicia la escena:)

12. Siento que me despiertan unas gotas suaves de lluvia. A mi alrededor, hay oscuridad y silencio. Da la impresión de que es el amanecer o justo antes, muy de madrugada. Tengo la sensación de estar en la hierba después de una tormenta. El sol empieza a salir y estoy solo en este lugar tranquilo.

13. Me doy cuenta de que hay alguien de pie a mi derecha. No veo su figura; todo lo que veo es luz. Una presencia luminosa pero a la vez suave se me ha acercado en este jardín. De esa luz, siento que proviene una calidez y un gozo que me invaden. Tomo la mano luminosa y resplandeciente que se me extiende, poniéndome de pie.

14. De pronto, ¡un estallido increíble de música grandiosa rompe el silencio! Es tan potente que salto de la sorpresa, pero la mano me tiene asido con firmeza.

15. Frente a mí veo que se empieza a rasgar la escena del jardín e irrumpe la luz. Parece un dibujo que se rasgara por el centro. La luz entra a raudales y me envuelve. La música es tan magnífica‚ majestuosa y solemne que me embarga una sensación de satisfacción y alegría.

16. Miro el ser que está a mi lado y me doy cuenta de que es Jesús. Lágrimas de felicidad le bañan el rostro mientras me mira. Está muy orgulloso de mí. En ese momento veo que todo dolor y sufrimiento valió la pena; es más, no puedo pensar en nada que no haya valido la pena.

17. Mi vida desfila ante mis ojos como una película que se me va proyectando en la conciencia. Veo todos los actos que hice, todo lo que tuvo valor para Jesús, todo lo que le causó alegría. También hay momentos que me dan vergüenza, porque veo los actos egoístas, lo que hice para mí mismo. Pero Jesús los borra y continúa con otras acciones que lo hicieron feliz.

18. La película termina y queda un pensamiento: «Bien, buen siervo y fiel. ¡Espera que te voy a mostrar lo que te tengo preparado!»

19. Mientras tanto, la música ha sido tan arrebatadora que siento el ritmo en el cuerpo. Pero ahora el volumen inclusive aumenta y empiezo a sentirla en todo mi espíritu. Pero no me hace el menor daño a los oídos ni es molesta. Cada célula de mi ser empieza a vibrar y a cantar alegremente con la música, creando una sensación increíble de euforia.

20. Me distraje tanto con esta sensación que no noté que la escena cambiaba a mi alrededor. A medida que se desvanece un poco esa sensación y puedo concentrarme de nuevo en lo que me rodea veo que estoy al final de como una larga pasarela que lleva hasta el gran trono.

21. Al instante sé quién se encuentra al final de la pasarela y empiezo a caminar hacia Él. A ambos lados del camino hay amigos, seres queridos y espíritus ayudantes que gritan animándome. Todos me saludan con la mano y me la extienden con gritos de júbilo.

22. Se me llenan los ojos de lágrimas y empiezo a correr. El tiempo se detiene y parece que corro en cámara lenta. A medida que voy recorriendo cada rostro, se proyecta en mi mente una imagen y veo de qué conozco a esa persona. Las emociones que siento al ver cada rostro son tan diversas e intensas que no puedo describir la variedad de sentimientos que me embargan.

23. Veo a algunas de las personas a las que guié al Señor mientras estaba en la Tierra, y su gratitud es increíble. Otro rostro, el de mi padre orgulloso, me hace llorar nuevamente. Otro, el de un amigo contento de volverme a ver. Esto continúa por lo que parece una eternidad. Tantas vidas transformadas por mi servicio en la Tierra.

24. Como si eso no fuera suficiente recompensa, alzo la vista y veo a Jesús que corre hacia mí. Tiene los brazos extendidos y en el rostro se le ve una expresión de inmensa felicidad. Mientras corro hacia Él, los rostros a mi alrededor se desvanecen. En este momento, no hay nada más para mí.

25. Hacia mí corre mi Esposo, mi Rey, mi Dios, ¡la persona que más quiero en el universo! ¿Cómo voy a pensar en otra cosa? Sé que la multitud sigue ahí, porque oigo sus ensordecedores gritos de júbilo, pero nada de eso me importa. Todo lo que me importa es arrojarme a los brazos de mi Esposo.

26. Qué dicha, qué alivio estar por fin en casa. Me siento como una gota de lluvia que cae en un mar de agua rica y refrescante. Llevaba tanto tiempo lejos de casa. ¡Al fin regresé! Estoy en casa, en el mar del que partí, del que formo parte y del cual jamás podría separarme por completo.

27. Mientras abrazo y beso a mi Esposo siento que me invaden oleadas de emoción. Percibo Su orgullo de mí y es algo que no se puede expresar con palabras. Siento Su orgullo sobrenatural de mí y Su gratitud y aprecio por mi indigno servicio. Al principio, me pongo de rodillas ante Él. Pero eso no basta; extiendo los brazos y me postro delante de Él.

28. Me levanta tomándome en brazos y dice: «Ya sé, ya sé». Nos quedamos abrazados por lo que parece una eternidad mientras me besa todo el rostro ante la multitud de testigos que nos rodea. El corazón me rebosa de alegría. Después Jesús levanta la vista al Padre, que está muy por encima de la escena‚ y dice en voz baja: «Gracias‚ Padre, por traerme a Mi amado de vuelta».

29. Jesús me aparta un poco para verme los ojos y dice:

30. ¡Hijo Mío, amado hijo Mío!

31. Las lágrimas le corren por las mejillas mientras me abraza nuevamente y me suelta.

32. (Jesús:) Amor Mío, hay algo que quiero hacer por ti.

33. Lentamente y mirándome directo a los ojos, Jesús se arrodilla ante mí. ¿Cómo es posible que mi Esposo se arrodille delante de mí? Exclamo: «¡Oh, no, Jesús, por favor! No merezco tal honor.» Con los ojos todavía fijos en los míos, me dice:

34. (Jesús:) Amado Mío, viviste para Mí, diste la vida por Mí. Ganaste a muchos a Mí. Te sacrificaste por Mí. Permíteme este momento, pues no puedo pensar en una forma mejor de honrarte. Acepta este obsequio de amor, pues deseo fervientemente concedértelo.

*

35. (El conducto ora:) Jesús, prometí no cuestionar lo que me muestras, pero quiero estar seguro de que lo estoy captando bien. Te ruego que me lo confirmes.

36. (Jesús:) Sí, Mi amor; lo que has visto es cierto. Quizás no me arrodille delante de cada una de Mis esposas, pues cada una es única y cada recompensa también lo es. Pero‚ ¿recuerdas cómo me arrodillé ante Mis discípulos y les lavé los pies? Esa es la verdad, y es tal como la has visto. [Fin de la pregunta del conducto]

*

37. Miro a mi alrededor y veo que todos los presentes están arrodillados ante mí como Jesús, sobre una rodilla. En un momento oigo miles de voces que me gritan en el corazón. Son gritos de gratitud, de amor, de cariño. ¡Pero la voz más fuerte es la de Jesús! Lo oigo declarándome Su amor con mucha fuerza, dándome las gracias por cuanto hice por Él.

38. Me domina un llanto incontenible. Caigo de rodillas ante Jesús. Una vez más, estar de rodillas no alcanza para expresar bien lo que siento. Me vuelvo a echar al suelo ante Él, llorando inconteniblemente por una recompensa y un honor tan grandes.

39. Me siento muy indigno y sin embargo, por causa de Jesús recibo este honor y esta recompensa tan grandes. Siento un inmenso dolor en el corazón por no haber hecho más por Él. Siento tanto pesar; un pesar que jamás sentí. El dolor es muy intenso‚ porque en el fondo siento que todo lo que hice jamás podría ser suficiente. Retuve mucho, no di tanto como debía.

40. No soy digno de esta recompensa, y no dejo de llorar. Siento que Jesús me levanta. Ahora está postrado sobre las dos rodillas y me levanta la cabeza hasta ellas. Me coloca una mano debajo de la cabeza y con la otra me seca las abundantes lágrimas.

41. (Jesús:) A Mí no me importa lo que no hiciste. No sigas pensando en esas cosas, que lo único que me importa es lo que hiciste‚ cuánto me amaste, cuánto me obedeciste, cuánto honor diste a Mi Nombre amando a los demás de Mi parte. ¿No ves, Mi amor, lo feliz que estoy? ¡Lloro de felicidad! ¡Estás en casa! Cuánto anhelé este momento.

42. El pasado ya no importa; lo único que importa es nuestra alegría y que estás en casa. Todo lo que cuenta es que te tengo nuevamente. ¡Ah, amor Mío, siento tanta alegría en el corazón que no puedo menos que cantar!

Hace tiempo un hijo Mío

fue a cumplir una misión.

Se marchó a lejanas tierras

para difundir Mi amor.

Siempre estuvo en Mi recuerdo,

el hijo amado que partió.

Y ahora que está de vuelta

en Mi alma hay una canción.

No habría espacio en los mares

para tanto‚ tanto amor.

43. ¡Estoy orgulloso de ti, hijo Mío! Bien hecho, muy bien, fiel siervo Mío. Entra en el gozo de tu Señor. ¡Ahora habrá una fiesta y lo vamos a celebrar!

44. Jesús me rodea con el brazo y yo lo rodeo con el mío‚ y vamos caminando.

45. De nuevo estoy al principio de la pasarela en que estaba antes, pero esta vez reina el silencio. ¡A ambos lados están las multitudes que hace unos momentos gritaban tanto que el Cielo mismo se estremecía! Es un silencio tan total que ni un pajarillo se atrevería a piar. Después, Jesús proclama a voz en grito:

46. Aquí tienen a Mi amado, al fiel que me ha amado. El que tenía los ojos empañados por las limitaciones del mundo, y sin embargo, me amó‚ me abrazó y creyó en Mí. El tormento y el dolor fueron frecuentes para él.

47. Tuvo parte en Mis dolores, participó de Mis cargas, abrazó el dolor que sufro por los perdidos. Entregó la vida en servicio a Mí, a Mi Padre, Mi Madre, y a todos nosotros, sus hermanos. Supo lo que es perder lo que se ama, y de buen grado renunció a cuanto le pedí para mantenerse cerca de nuestro reino celestial.

48. Quiero que todos conozcan la alegría que siento por su regreso. Aunque su viaje fue largo, penoso y lleno de dificultades, alberga tanto amor en su corazón que ha dado testimonio a toda la creación. Amadísimo hijo, te voy a honrar ahora. Da un paso al frente para recibir tus recompensas.

49. Se sacrificó por Mi Nombre y arrostró con valentía el desprecio y las tentaciones de Satanás. Pero ahora les digo que éste de rostro decidido y victoria gloriosa ha derrotado a Satanás de una vez por todas y le arrebató la victoria que legítimamente le correspondía.

50. Fue un puñal afilado en Mi mano que se clavó una y otra vez y en ningún momento se cansó. Por la sumisión de su corazón pudo vencer el poder de Satanás sobre él, y para siempre está bendito, por la eternidad. ¡Sí, he dicho la eternidad, es eternamente Mío!

51. A ti, Mi amor‚ te digo, y a todos los aquí presentes como testigos Míos, que conociste sacrificios a Mi servicio ¡y ahora te vamos a mostrar la recompensa! ¡Da un paso al frente!

52. Al final de esta proclamación‚ el salón vuelve a resonar con gritos de júbilo, todos alaban a Jesús con las manos alzadas y saltando. Yo mismo voy impulsado hacia delante por un deseo incontenible de estar cerca de mi Salvador, de mi Amor eterno. Me lanzo al aire porque mis pies no son lo suficientemente veloces.

53. Aterrizo cerca del trono de rodillas, mágicamente situado bajo de las manos extendidas de mi Salvador. El Señor tiene en las manos un resplandor luminoso. Es el fulgor de los santos. Abre las manos como si fuera a derramar agua; el fulgor se derrama sobre mí y va resplandeciendo por todo mi ser.

54. Hasta ahora no había notado la diferencia entre mi ser y el de quienes me rodean. Aunque estaba radiante y limpio, los demás brillaban más. Pero ahora que se ha derramado sobre mí el aceite del espíritu, he cambiado. De mis pies y mis manos sale la misma luz que se me derramó.

55. (Jesús:) Ya está. Se te ha limpiado de todo lo terreno, y todos los recuerdos del Cielo se te han devuelto.

56. Me vuelven a la memoria pensamientos y recuerdos de experiencias celestiales pasadas, amigos que tenía en el reino celestial. Todo ello me viene al recuerdo como una ola que me arrolla. Ahora recuerdo, ¡lo recuerdo todo! Sin pensarlo dos veces, me lanzo hacia delante y abrazo las piernas de Jesús, y me pongo a besarle los pies.

57. Me vuelve a levantar y dice: «¡Tengo más para ti!»

58. Trato de calmar mi espíritu, pero solo lo logro cuando el Señor me toca el hombro. Entonces puedo volver a concentrarme. Después, me revela otro objeto brillante. Es un anillo de luz. No se parece en nada a la idea que me había hecho de mi corona de vida. Está vivo‚ se mueve. ¿Cómo describirlo?

59. Es como muchos anillos que giran, con chispas que rotan y orbitan alrededor de ellos. No es un objeto sólido, y tampoco es todo luz. Lo único con que lo podría comparar sería con la Vía Láctea girando velozmente sobre mi cabeza. Todos los colores imaginables destellan en él. Aparecen en él colores que no puedo imaginar ni describir.

60. ¡Esa es mi corona de vida! Desde luego, Salvador, Esposo y Amante, no me merezco un obsequio tan bello; no soy digno. Me vuelvo a postrar delante de Él y le ruego que me la quite, porque es demasiado grande para mí. Jesús levanta suavemente la corona y me la vuelve a colocar sobre la cabeza diciendo:

61. «Eres digno porque te considero digno.»

62. Nuevamente me echo a Sus pies. ¿Cómo voy a cuestionar Su voluntad? De mis labios, salen torrentes de palabras de gratitud y alabanza. No puedo evitar darle gracias y alabarle por la eternidad. Con una sonrisa, Jesús levanta la corona, que está a Sus pies, y me la vuelve a poner en la cabeza. Me mira con paciencia y nos reímos; es una risa combinada con lágrimas mientras me besa la frente.

63. Como si todo eso fuera poco, el Señor me ayuda a ponerme de pie. Al levantarme, me presenta a la multitud. Por lo visto, los gritos continuaron todo ese tiempo; parece mentira que no estén roncos. Prorrumpen en una canción; es una canción que se cantó cuando Dios me creó.

64. Es la canción de mi ser, la canción que es todo lo que soy. Expresa todo lo que mi ser anhela expresar a Jesús. Es una canción escrita únicamente para mí, y sólo yo la poseo.

65. (Jesús:) Te voy a explicar esta canción. En realidad, la palabra canción es tan errónea que es poco menos que blasfemo describir semejante belleza con una palabra tan simple. ¡Será tal vez una sinfonía, pero una canción jamás!

66. Cada célula de Mi creación vibra con un bello sonido. En la Tierra se pueden identificar los objetos por su aspecto, textura y dimensiones. Aquí, lo hacemos por todo eso, y también por la canción que emite.

67. Como ves, al crearse cada una de Mis criaturas tiene una canción, una bella canción de su existencia. Cada parte de su ser canta, y al cantar juntas forman una polifonía orquestal más espléndida que toda la música de la Tierra combinada. Cada tono, cada nota, cada sonido se funde armoniosamente con los demás, culminando en una hermosa sinfonía: ¡tú!

68. Jesús toma nuevamente mis manos en las Suyas.

69. (Jesús:) Ven, Mi bien; te esperan muchos placeres en el Cielo. Todo lo que tengo es tuyo. Todo lo que soy te lo doy libremente en cualquier momento, en todo momento. Soy tuyo, tú Mío, y cuanto está en Mi Reino es tuyo. Voy a empezar por llevarte a tu morada celestial.

70. El corazón me da un vuelco, no por pensar en que vaya a poseer algo, sino porque es otro obsequio preparado minuciosamente para complacerme a mí en particular. Pero más que nada, es un regalo que me hace quien me ama más que nadie en el mundo. Estoy impaciente. ¡Vamos!

71. Jesús se vuelve a la multitud y dice: ¡Celebremos el regreso de Mi amado, amigos! ¡Diviértanse cuanto quieran! Volvemos enseguida para festejar con ustedes y darle una celebración digna de un amigo tan amoroso y fiel.

72. Todo el gentío alza sus copas doradas al Señor y grita: «¡Amén!»

73. ¡Partimos, y llegamos en un momento teletransportados! ¿Pero qué pasa? ¡Estoy ciego! Solo veo medio metro más allá de mis narices. Jesús me explica:

74. (Jesús:) Amigo‚ es una sorpresa.

75. Consolado‚ me siento satisfecho con esa visión limitada, que al instante se desvanece y veo ante mí un edificio reluciente, lo más bello que he visto en la vida. Creo que es el primer edificio que veo desde que llegué, pero para mí es el más bello del Cielo, porque Jesús lo hizo para mí.

76. De verdad que es un lugar preparado, como Jesús prometió cuando se fue de la Tierra. Me fijo más de cerca, y no puedo contenerme. Miro, y ahí está el sillón favorito al que tuve que renunciar cuando nos mudamos. Y allá... ¡oh! ¿será posible? ¡todos los artículos deportivos que más me gustan!

77. (Jesús:) La mejor parte de esta vida celestial es que ninguno de los placeres del Cielo se desgastan ni se vuelven aburridos. Puedes darte todos estos gustos tantas veces como quieras‚ y nunca se acaban ni se desgastan. Otro obsequio de amor que te hago.

78. Me parece como si me fuera a tomar toda una vida pasar por la entrada a este palacio. A cada paso veo otra cosa que quería o que me gustaba, y que a veces tuve que renunciar para poner primero a Jesús, y con cada tesoro nuevo tengo que volver a Él para agradecérselo.

79. Después, vuelvo a avanzar, y doy dos pasos cuando veo otra cosa que me gustaba. Nuevamente, vuelvo a Jesús para darle las gracias. Al final, me dice:

80. «Mejor voy contigo; si no, a este paso nunca llegarás a la entrada.»

81. Riendo, caminamos hacia la casa tomados de la mano. Con cada paso que doy la emoción va en aumento, junto con la alegría y la gratitud tan tremendas que siento hacia el Señor.

82. Llegamos a la entrada. No es lo que esperaba, pero es ni más ni menos lo que quería. No quería una puerta vieja y ruidosa de madera; tampoco una puerta dorada y pulida. Lo que quería era una cascada que me lavara cada vez que entro y salgo de la casa, y eso es justamente lo que encuentro.

83. Al pasar por la cascada, yo, el conducto, me separo de esa persona‚ cuya recompensa he podido percibir. La escena se desvanece y recibo las palabras: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre son las que Dios ha preparado para los que le aman». (Fin de la visión.)

© La Familia Internacional, 2005